La madrugada del último domingo despertó llorando, la abracé y la sentí caliente por ese motivo le coloqué algodones mojados con vinagre tipo Bully en la frente, axilas y pies. Decidimos llevarla a la clínica.
Ingresamos por emergencia, le realizaron exámenes de orina y sangre. Luego de unas horas la doctora me dijo que la causa de la fiebre era una infección y esperaba los resultados del análisis de sangre para decidir si Amy necesitaba internarse.
Sentí que mi corazón latía rápidamente y en cada inyección que le colocaban a mí me dolía mil veces más que a ella. La fiebre bajó pero la doctora decidió internarla porque necesitaba evaluarla.
Fue así que Amy se quedó en la clínica, Alonso y yo no nos despegamos ni un segundo de ella. Yo estaba asustada porque no sabía cómo ella iba a reaccionar al quedarse a dormir en otro lugar que no sea su cama.
Amy estaba muy asustada, miraba a las enfermeras con temor y hacía puchero. Cuando yo le di de lactar se siento más tranquila y segura. Encendimos el televisor y nos pusimos a ver dibujos.
Amy tenía poco apetito por el antibiótico, yo la vi algo rara tal vez porque no estaba su silla para comer y tuvo que hacerlo sentada en las piernas de Alonso mientras yo le alcanzaba los alimentos con una cuchara.
Esos dos días no pude dormir, temía que la fiebre retorne y velé su sueño. Me permitieron dormir con Amy dentro de la cama clínica. Aproveché para darle de lactar todo el tiempo, es una muy buena forma de hidratarla me dijo la doctora.
Por primera vez sentí el dolor que una madre siente por un hijo y la impotencia al verla tan indefensa mientras la inyectan y tú eres cómplice porque tienes que agarrarla para facilitar el trabajo de las enfermeras.
Ese sinsabor que sientes en la boca cuando almuerzas sin ganas solo porque tienes que alimentarte aunque no quieras porque tienes que estar bien para tu hija.
Aguantarte las lágrimas y llorar con el corazón solo para que ella vea que eres fuerte y que debe entender que necesita los pinchazos pero luego te derrumbas en los brazos de tu pareja mientras tu bebé duerme y no te ve.
Secar sus lágrimas con tus manos y hablarle para intentar que entienda que tiene que aguantar todo eso por su salud. Sin embargo tienes ganas de llevártela en tus brazos y salir corriendo del lugar.
Susurrarle al oído lo mucho que la amas sin embargo ella no entiende hasta ahora por qué permites que la lastimen y continúa llorando mientras tú estás sin derramar ninguna lágrima y ella piensa que ignoras su dolor.
Entonces te das cuenta que tu bebé es más fuerte que tú porque demuestra que puede soportar de todo y sin embargo tú eres débil porque te escondes a un lado para que no te vea llorar.
Amy ya está en casa. Fueron dos largos días de angustia pero Dios nos dio la fuerza que nos faltaba y me levantó cuando caí en el suelo de tanto dolor.
Madres no pierdan la fe, abracen a sus hijos y díganle todos los días que los aman. Nadie esta libre de nada. Que Dios bendiga sus hogares.
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